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El trauma: más allá de lo normalizado

  • Foto del escritor: Estrellita Taína García Jiménez
    Estrellita Taína García Jiménez
  • 7 jul
  • 6 Min. de lectura



Introducción

La palabra «trauma» es parte del lenguaje común y se utiliza para describir una variedad de experiencias dolorosas o difíciles. Sin embargo, en términos psicológicos, el trauma tiene un significado específico y más profundo, y entenderlo en este contexto puede ayudarnos a abordarlo y gestionarlo mejor.

Desde un punto de vista mitológico, la idea del trauma está implícita en varias historias, donde los dioses y héroes sufren heridas físicas o emocionales con efectos profundos y duraderos. Los héroes griegos, por ejemplo, frecuentemente sufrían heridas como parte de sus misiones. Uno de los casos más conocidos es el de Aquiles, cuyo «talón» fue su única vulnerabilidad, causando su muerte. Esta vulnerabilidad física realmente representa una psicológica y existencial, ya que el trauma, más allá de lo físico, tiene un significado emocional.

En este sentido, si hablamos de salud mental, el significado de trauma comprende aquellas heridas lo suficientemente profundas para dejar una lesión que no puede cicatrizar sin tratamiento profesional.

La probabilidad de experimentar un trauma dependerá tanto de las circunstancias como de la capacidad de resiliencia personal. No todas las personas tienen heridas emocionales, pero las experiencias vividas condicionan a cada persona de una manera particular. Ciertos profesionales entienden que todas las personas vamos a pasar por traumas emocionales a lo largo de nuestra vida, pero es necesario entender realmente lo que es y cómo se desarrolla antes de aceptar esta afirmación.


¿Qué es y cómo nos afecta?

La definición de trauma psicológico se refiere a una respuesta emocional y física intensa a un evento o experiencia que sobrepasa nuestra capacidad de afrontamiento. Puede surgir a partir de experiencias como el abuso, el abandono, la violencia, experiencias extremadamente amenazantes o incluso una situación de estrés crónico intenso.

Este tipo de eventos dejan una huella en el sistema nervioso y en la forma en que procesamos la realidad, afectando nuestras emociones, pensamientos y hasta nuestra salud física. Los síntomas del trauma pueden incluir crisis de ansiedad, pensamientos intrusivos, pesadillas, experiencias de percibirnos fuera de nuestro propio cuerpo o que nos dificultan su reconocimiento, hasta la disociación de la realidad, entre otros.


¿Qué «califica» como trauma?

Cuando hablamos de trauma, es importante recordar que no todas las personas reaccionamos igual ante las mismas experiencias. Lo que puede ser traumático para una persona, no necesariamente lo es para otra. Así, el trauma no solo depende del evento en sí, sino de cómo cada persona lo vive e interpreta.

Esto significa que el trauma es subjetivo, y no existe una única experiencia que «califique» como traumática de manera universal. Una situación que una persona puede superar con relativa facilidad puede resultar profundamente traumatizante para otra.  Esto depende de factores como la resiliencia personal, el apoyo emocional y social disponible, la naturaleza del evento, la historia de vida y la capacidad personal para afrontar situaciones difíciles, por mencionar algunas.

Existen diversos tipos de trauma, y se pueden clasificar de varias maneras. El trauma agudo, por ejemplo, ocurre debido a un solo evento impactante, como un accidente de tráfico o una agresión. En cambio, el trauma complejo es el resultado de la exposición prolongada a situaciones adversas, como el abuso infantil o la violencia de género. También se habla del trauma vicario, que afecta a personas que, aunque no hayan vivido directamente un evento traumático, lo experimentan a través de la exposición repetida a las experiencias de otros, como en el caso de profesionales de la salud mental o de emergencias.

Los síntomas del trauma pueden variar y afectar diferentes áreas de la vida de una persona. Algunas de las reacciones comunes incluyen recuerdos intrusivos («flashbacks»), pesadillas, ansiedad, episodios depresivos, insensibilidad emocional, hipervigilancia (sentirse constantemente en alerta) y evitación de situaciones que recuerden al evento traumático. Estos síntomas son la manera en la que el cerebro y el cuerpo intentan protegerse y procesar el dolor. Sin embargo, a veces estas reacciones persisten en el tiempo y pueden llegar a afectar el funcionamiento diario de la persona.

Un ejemplo de herida emocional podría ser el de una persona que sufre un accidente automovilístico grave. En el momento del accidente, el cuerpo reacciona para sobrevivir, activando respuestas como el «luchar, huir o congelarse». Después del evento, es normal que esta persona experimente miedo y preocupación al recordar el accidente.

Si esos recuerdos y sensaciones de peligro no desaparecen con el tiempo y afectan su capacidad para conducir, incluso evitando subir a un coche, podría estar desarrollando un trastorno de estrés postraumático. Comprender el trauma implica reconocer que es una respuesta natural del cuerpo y la mente a un dolor emocional intenso


El error de comparar el dolor

Comparar nuestro trauma con el de otras personas puede parecer una forma de contextualizar o relativizar el dolor, pero desde un punto de vista psicológico esto suele ser perjudicial y ocasionar más daños que beneficios. 

Al comparar, caemos en el error de invalidar nuestras emociones y menospreciar el impacto que una experiencia puede tener en cualquiera de las personas en la ecuación, lo que a menudo lleva a sentimientos de culpa, vergüenza o incluso a una resistencia a pedir ayuda. Estos pensamientos y sentimientos pueden obstaculizar nuestra recuperación.

Cada experiencia traumática es única y afecta a las personas de manera distinta según su historia, personalidad, y recursos emocionales. Esta comparación puede reforzar la idea de que solo ciertos traumas «merecen» ser atendidos, especialmente cuando etiquetamos unos como «peores» que otros. Este juicio distorsiona la percepción de nuestras propias experiencias, haciéndonos creer que, si otra persona ha pasado por algo «más grave» y sigue adelante, entonces deberíamos poder hacer lo mismo. 

Sin embargo, el trauma no es una competición, y el dolor emocional no puede medirse o compararse con precisión. Como ya mencionamos anteriormente, el sufrimiento es subjetivo: lo que para una persona resulta manejable, para otra puede ser abrumador.

Por otro lado, comparar el trauma contribuye al aislamiento emocional. Al minimizar o ignorar nuestro dolor, evitamos expresar lo que sentimos y buscar apoyo, lo cual dificulta el proceso de recuperación. 

En terapia, se recalca la importancia de validar cada experiencia y sus efectos, sin necesidad de medirlas en función de lo que han vivido los demás. En lugar de juzgar la magnitud del dolor en comparación a otras personas, es útil reconocerlo y darle el espacio necesario para poder trabajarlo.

Abordar el trauma desde esta perspectiva ayuda a crear una relación más compasiva y honesta con nuestras emociones. Aceptar y validar nuestro dolor, sin compararlo, permite que cada persona procese su experiencia de forma auténtica y personal, facilitando el crecimiento emocional y la recuperación.


¿Cómo gestionarlo?

El primer paso para solucionar una duda o un problema siempre requiere identificar qué ocurre y buscar las opciones que nos otorgan mayor comodidad al aplicar una respuesta. 

Existen diferentes alternativas terapéuticas, aunque lo cierto es que esta no suele ser la primera opción para gestionar un suceso traumático, pues es necesaria una preparación previa antes de empezar un proceso de esta naturaleza.

Es frecuente encontrar en consulta que, antes de acudir a profesionales sanitarios, ciertos intentos incluyen libros de autoayuda, distracción extrema con actividades y compromisos autoimpuestos u otros modos de terapia que no están relacionadas con la salud mental. Algunos de estos remedios pueden ser complementarios al tratamiento psicológico cuando se realizan dentro de las bases bases del trabajo terapéutico, o bien cuando el malestar soportado comprende un nivel leve o moderado.

La primera vez que acudes a un terapia psicológica no es inusual desconocer el foco que ocasiona el malestar, aunque se identifica el sufrimiento personal de manera detallada. Para facilitar el proceso de autodescubrimiento es recomendable establecer diferentes momentos temporales comparando cómo eras antes de sentirte de esa forma y después: identificar qué ha cambiado y qué permanece, así como establecer fechas concretas, puede ayudar a definir los desencadenantes.

Es muy fácil agravar una herida emocional si no se posee formación sobre ciertas áreas de trabajo terapéutico. La terapia de choque puede funcionar en algunos casos específicos, pero no es recomendable aplicarla sin el acompañamiento de un profesional.

La recuperación es un proceso que puede tomar tiempo y, aunque el trauma en ocasiones no desaparezca por completo, sí es posible integrarlo de manera que no interfiera con el bienestar personal.

Recomendaciones:

  • Aceptar la experiencia vivida al reconocer y validar lo que sentimos es fundamental para poder sanar. Esto implica aceptar la experiencia y su impacto sin juicio, lo cual requiere entender cómo nos ha influido lo que ha ocurrido y aprender a integrar la autocompasión dentro de nuestra propia experiencia.

  • Cultivar una red de apoyo compartiendo estas experiencias en un entorno seguro, ya sea con amistades, familiares o grupos de apoyo, puede disminuir la sensación de aislamiento y favorecer el desahogo emocional.

  • Aplicar técnicas de autorregulación: El alivio de la sobrecarga emocional procedente de una herida emocional puede ser atendida mediante estos ejercicios de manera autónoma.

  • Actividades como la meditación, la respiración consciente, y el ejercicio físico ayudan a conectar mente y cuerpo, regulando el sistema nervioso y mejorando la capacidad de gestionar el estrés.

  • La terapia es uno de los recursos más efectivos para procesar el trauma, ya que ayuda a redescubrir las emociones y reprogramar patrones de pensamiento dañinos.

Si estás pensando en dar el paso, no tengas prisa en tirarte a la piscina. Tú eliges los tiempos y el modo de hacerlo. En proyecto Kintsugi creemos que acompañar es la parte más importante del proceso terapéutico. Si estás pensando en dar el siguiente, paso no dudes en contactarnos:




María Gálvez

Psicóloga general sanitaria


 
 
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