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Las etiquetas

  • Foto del escritor: Estrellita Taína García Jiménez
    Estrellita Taína García Jiménez
  • 6 jun
  • 7 Min. de lectura



¿Por qué recurrimos a ellas?

Las etiquetas son palabras que usamos para describir personas o situaciones. Estas cuentan con una carga de significado que puede llegar a convertirse en una sentencia hacia nuestra propia persona o para las demás.

A través de las etiquetas intentamos dar sentido a nuestra identidad, conectar con otras personas y, a veces, simplificar el modo que entendemos el mundo. Funcionan como esquemas que nos facilitan el procesamiento de la información social y personal. Nos ayudan a categorizar e interpretar la realidad. Por esta misma naturaleza, traen consigo ventajas y desventajas en términos de identidad, comportamiento y salud mental.


Aspectos positivos

Las etiquetas que utilizamos hablan sobre cómo nos comunicamos con nuestra propia persona y con el mundo que nos rodea. Son una influencia importante en la construcción de nuestra propia identidad. Al identificarnos con ciertos rasgos y etiquetarnos, desarrollamos un sentido más coherente de quiénes somos, aportando estabilidad a aquello que creemos que somos: el autoconcepto. Es por esto que el valor y significado agradable o desagradable de las etiquetas elegidas para describirnos influye en nuestra autoestima personal

En este sentido, sentimos más seguridad cuando nos identificamos con etiquetas que valoramos positivamente. Si para ti es importante formar una familia propia, es probable que te sientas mejor si alguien te describe como una persona familiar. De igual manera, las etiquetas negativas o impuestas pueden llevar a una imagen distorsionada y afectar negativamente la autoestima, especialmente si sentimos que «nos atrapan».

Estas categorías expresan nuestras preferencias, valores y estilo de vida. Ayudan a comprender quiénes y cómo somos, facilitando el desarrollo de nuestra propia identidad, ya que aportan un marco de referencia para identificar y expresar nuestra personalidad. Reflejan nuestras creencias, personalidad, gustos y, en muchos casos, nuestra historia. Al adherirnos a etiquetas o identidades concretas, construimos un sentido de estabilidad y coherencia en nuestro autoconcepto. Esto nos ayuda a comprendernos mejor y a explicar nuestro lugar en el mundo.

Por otra parte, también son capaces de conectarnos con personas afines, facilitando la creación de comunidades alrededor de experiencias, intereses y valores similares. Esta pertenencia natural a un grupo favorece la sensación de conexión, comprensión y de ser parte de algo mayor. Es por esto que nuestras etiquetas pueden ser una fuente de apoyo y validación personal.

Las etiquetas contribuyen a definir normas, comportamientos y expectativas en diferentes contextos y a entender mejor los roles que desempeña cada persona en su vida y en la de otras personas. Todo esto ayuda a establecer pautas y límites en las interacciones, aportando claridad a las relaciones, evitando malentendidos o conflictos de expectativas. Por ejemplo, etiquetas como «amiga», «compañero de trabajo» o «mentor» guían la forma en que interactuamos y nos comportamos.


Aspectos negativos

El exceso o el defecto de cualquier medida conlleva resultados desequilibrados. Esto es cierto para las etiquetas que utilizamos. Cuando elegimos un solo camino muy demarcado, a veces limitamos nuestras posibilidades de cambio. Una adherencia o «lealtad» a las categorías que utilizas para describirte, puede fácilmente encasillarte, prevenir la exploración sana o la flexibilidad, y hasta utilizarse como insulto, ya que pueden llevar a un pensamiento rígido. 

Si nos identificamos exclusivamente con ciertos rasgos (por ejemplo, «soy tímido»), es más difícil considerar que podemos comportarnos de manera diferente en ciertas circunstancias, afectando nuestra capacidad de adaptación. Pueden reducir nuestra percepción de quiénes somos, frenando el crecimiento y la exploración. Una etiqueta que percibimos como rígida o negativa puede encasillarnos y afectar nuestra autoestima: como pensar que no somos suficiente para alguien o para llevar a cabo un proyecto.

Por otro lado, el uso excesivo de etiquetas fomenta la creación de estereotipos y prejuicios hacia otras personas e incluso hacia nuestra propia persona. Estos sesgos pueden afectar el modo en que las percibimos y nos relacionamos, lo cual nos condiciona a actuar en función de estas expectativas.

Las etiquetas, si se vuelven restrictivas, pueden hacer que evitemos cambiar o probar cosas nuevas, incluso si realmente nos interesan. En ciertos casos, se utilizan para discriminar, estigmatizar o invalidar a las personas, generando conflictos o malestar.


Imposición VS. Autoimposición

Las etiquetas autoimpuestas son aquellas que elegimos por voluntad propia. Representan una elección consciente y reflejan un autoconocimiento que suele estar alineado con nuestros valores y creencias. Son aquellas que escogemos para definirnos, que nos aportan un sentido de pertenencia y tienen una base en la percepción de nuestra propia identidad.


Las etiquetas impuestas son aquellas que nos han sido asignadas, muchas veces sin nuestro consentimiento o de forma arbitraria, lo que puede llevar a malentendidos o prejuicios. Sin embargo, ambas etiquetas pueden tener valencia negativa o positiva según las circunstancias que las rodeen.


Cuando otras personas nos etiquetan, existe un riesgo de llevar a cabo una lo que en psicología se conoce como una «profecía autocumplida». Se trata de un fenómeno en el cual una etiqueta negativa puede afectar nuestra conducta de tal manera que acabamos cumpliendo con esa expectativa.


Imaginemos a una adolescente que crece en una familia que le exige ofrecer apoyo emocional constante a sus padres, quienes enfrentan problemas personales o de pareja.

A raíz de esta dinámica, la joven adopta la etiqueta de «la fuerte» y «la cuidadora», creyendo que es su responsabilidad mantener la estabilidad emocional de su familia. Eventualmente ella misma empieza a verse de esta manera dentro de la dinámica familiar, asumiendo que sus necesidades emocionales son secundarias porque su rol es cuidar de otras personas. Esto refuerza la creencia de que debe asumir el rol de adulta responsable en casa, en lugar de ser la hija.

Para cumplir con esta etiqueta, la adolescente comienza a reprimir sus emociones y a ocultar cualquier signo de debilidad o vulnerabilidad, pensando que mostrar sus propias dificultades sería un fracaso de su rol de la «fuerte». 

Comienza poco a poco a sacrificar sus intereses, tiempo y relaciones para cuidar de sus padres, creyendo que es lo que se espera de ella. Cada vez que sus padres la buscan como apoyo emocional o le agradecen por «ser tan madura y comprensiva», su identidad de cuidadora se fortalece. Termina asociando su valor personal con la capacidad de «ser fuerte» para otras personas, lo que aumenta su sensación de responsabilidad y la distancia de sus propias necesidades.

Con el tiempo, la etiqueta se convierte en una carga emocional. La adolescente puede llegar a experimentar agotamiento, ansiedad e incluso resentimiento al sentirse atrapada en el rol de adulta. Su identidad se ve restringida a esta función, limitando su desarrollo emocional y social, afectando su capacidad para formar relaciones sanas y expresar sus propios sentimientos. Al mantener esta identidad, queda atrapada en un rol que limita su propio desarrollo. Al no permitirse vulnerabilidad, termina sintiéndose aislada en su propio sufrimiento.


Responsabilidad compartida

El papel de la responsabilidad compartida en el crecimiento personal

Aquellas personas que «comparten» la responsabilidad tienen un papel fundamental en la formación de las etiquetas que nos autoimponemos, ya que influyen en cómo nos vemos y cómo nos definimos. Ejercen un impacto a través de sus expectativas, comentarios, reacciones y el papel que nos asignan dentro del grupo familiar o social. 

Cuando nuestros seres queridos destacan o elogian ciertas características o logros, como que somos «muy responsables», «la más sociable» o «el que siempre sabe qué hacer», es probable que comencemos a identificarnos con esas etiquetas. De forma similar, críticas o comentarios negativos también pueden llevarnos a adoptar etiquetas como «problemático» o «torpe», lo cual influye en cómo percibimos nuestro propio valor.

El refuerzo constante de ciertas cualidades o comportamientos nos hace creer que nuestra identidad se define por esas etiquetas y puede que nos esforcemos por cumplirlas para recibir aprobación o evitar conflictos.

En muchas familias o grupos sociales, se asignan roles implícitos que los integrantes asumen de forma natural. Por ejemplo, «el responsable», “el rebelde”, «la mediadora» o “la líder”. Estos roles tienden a convertirse en etiquetas. Podemos llegar a sentir que es nuestro deber cumplir ese papel para mantener el equilibrio en la dinámica familiar o social. Nuestros seres queridos transmiten sus propias expectativas y valores, los cuales pueden convertirse en etiquetas que sentimos que debemos cumplir

Por ejemplo, si una familia espera que alguien sea siempre el mediador en los conflictos, es probable que esa persona desarrolle la etiqueta de «pacificador» y que sienta presión de ser siempre quien resuelve o evita tensiones, limitando su capacidad de expresar sus propias necesidades. O imagina otra familia que valora mucho la responsabilidad. Uno de los hijos puede asumir la etiqueta de «el responsable» o «el exitoso», buscando cumplir con esas expectativas para sentirse aceptado.

La presión por cumplir con estas etiquetas o expectativas puede llevarnos a adoptar identidades que no siempre se alinean con sus propios deseos o aspiraciones, sino ideales ajenos. Juegan un papel crucial en la flexibilidad con la que experimentamos diferentes facetas de nuestra propia personalidad. 

Si recibimos apoyo para explorar nuevas habilidades o intereses, es más probable que adoptemos etiquetas que reflejan un autoconcepto dinámico. Por el contrario, si hay resistencia o críticas hacia ciertos cambios, como intentar ser «menos serio» o «más independient», puede ser difícil liberarse de etiquetas ya establecidas. Otras personas tienen la capacidad de validar, desafiar o moldear las etiquetas que adoptamos y, por lo tanto, de influir en nuestro autoconcepto y crecimiento personal.

Nuestras amistades cercanas cumplen un papel fundamental en la construcción de resiliencia. Nos ofrecen una perspectiva externa que nos ayuda a cuestionar etiquetas limitantes y, a su vez, nos brindan apoyo emocional en los momentos de duda. Estas relaciones ayudan a desarrollar un autoconcepto saludable, permitiéndonos modificar etiquetas autolimitantes. Al vernos a través de sus ojos, reconocemos nuestras fortalezas y áreas de crecimiento y nos permitimos ver nuestra identidad como algo más dinámico.

En el proceso de crecimiento personal, compartir la responsabilidad con personas de confianza que nos brindan apoyo, retroalimentación y nos ayudan a mantener nuestros compromisos— es muy beneficioso. Nos recuerdan nuestras metas y valores cuando nos desviamos, y nos ayudan a vernos de una forma más completa, más allá de las etiquetas que nos atribuimos o que otros nos atribuyen.

Las etiquetas, en esencia, pueden ser útiles, pero es fundamental tener un autoconcepto flexible para evitar que nos limiten. Si estás lidiando con tu crecimiento personal y deshacerte de etiquetas limitantes impuestas o autoimpuestas, buscar ayuda profesional puede ser una buena solución.

En proyecto Kintsugi apoyamos el autocuidado y el bienestar de la salud mental con el respaldo de un equipo de profesionales especialistas. 



María Gálvez

Psicóloga general sanitaria

 
 
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