El duelo
- Estrellita Taína García Jiménez
- 2 nov
- 6 Min. de lectura
La muerte de un ser querido es de por sí es una de las vivencias más difíciles por las que podemos pasar, pero cuando hablamos de duelo no podemos olvidar que las despedidas por una relación que se acaba, la propia distancia e incluso las desapariciones implican un sufrimiento que también es importante y, en ocasiones, complicado de manejar.
Si esta despedida es anticipada y ha podido vivirse de manera presente, dicha experiencia puede verse mitigada. Lo que hace que un duelo sea más difícil es la imposibilidad de anticipar los acontecimientos y la dificultad de poder regular su impacto emocional. El dolor es natural en el proceso.

Cuando un duelo no es literal
Al hablar de duelo, probablemente te lleguen recuerdos personales o incluso escenas de películas asociadas a la muerte de personas relevantes para ti. Lo cierto es que en esta vida estamos continuamente volviendo a empezar.
Con esto me refiero a que con frecuencia enfrentamos pérdidas que conllevan una reconstrucción de nuestras propias vidas. No importa en qué parte del globo terrestre estés, los esquemas de vida se han alterado en la última década para abrir paso a otros modelos. Continuas mudanzas, procesos migratorios, pérdidas de trabajo y rupturas de relaciones en un mundo cada vez más cambiante que nos empuja a transformaciones de identidad a golpe y porrazo. Estos son algunos ejemplos de aquellos duelos no tan conocidos que reciben el nombre de duelo figurativo.
Si bien no existe una muerte literal, sí sucede un cambio profundo en nuestro ser que necesita encontrar sentido a la experiencia vivida. Este tipo de duelo puede llegar a doler tanto como la muerte de alguien importante, pero no siempre se valida externamente de la misma forma.
Esto puede ocasionar la invisibilidad del sufrimiento de pérdidas que a veces no se consideran normativas, invalidando el tiempo necesario para superar una relación de pareja o amistad, o incluso intentar qué fases emocionales deberías sentir y por cuánto tiempo ya que «no es para tanto».

Cuando hablamos de la muerte de un ser vivo, ya sea una persona o nuestro compañero peludo, puede resultar más fácil empatizar con otras personas, entender que la persona estará triste durante un tiempo hasta adaptarse a la vida sin esa compañía y aceptando progresivamente que ya no estará físicamente.
En los primeros estudios sobre los procesos de duelo en psicología, el duelo literal referente a la muerte de un ser querido fue el primer objeto de estudio. La muerte siempre ha suscitado una curiosidad innata en el ser humano desde los albores de los tiempos.
Lo cierto es que ambas experiencias implican renunciar a un futuro que ya no será como esperábamos y ese es uno de los dolores más profundos del alma humana.. Validar cualquier experiencia de pérdida es importante para cuidar a de otras personas y de ti. Lo que no se nombra, no se elabora. Solo cuando aceptamos que algo terminó, podemos abrir espacio para lo nuevo, sin negar lo que fue.
¿Cuándo empieza y cuándo se acaba?
Muchas veces no se acaba, solo se transforma.

Cuando hablamos del luto literal, tenemos la creencia de que un proceso de duelo finaliza, pero así como ocurre con la energía, no desaparece, sino que se transforma en algo diferente. En qué se transforme dependerá de los recursos y estrategias que tengamos en nuestra caja de herramientas.
A nivel teórica se identifican claramente ciertas fases del duelo, pero en la realidad estas pueden solaparse o no ocurrir todas las que se contemplan. De igual manera es interesante conocerlas, puesto que pueden ayudarnos a entender el proceso que vivimos de manera más estructurada.
Primera fase: Negación y aislamiento
Lo primero que podemos sentir es incredulidad ante la situación. Donde ni tú ni las personas que te acompañan pueden asumir la situación, por lo que reaccionan con una negación. En esta etapa es normal sentir soledad, sobre todo si no podemos hablar de lo que nos afecta debido a un entorno cerrado o por no se capaces de expresarnos o al preferir evitar el tema.
Segunda fase: Cólera, ira
Creo que la mejor frase para definir esta etapa es «¿Por qué me ha ocurrido a mí?» Empezamos a entender la pérdida como una realidad y, ante esta injusticia, sentimos rabia y enfado.
Tercera fase: Negociación
Cuando ya nos encontramos esperando el temido desenlace, comenzamos a pensar que quizás no es tan próximo. Negociamos mentalmente con «Dios, el azar, la justicia, o incluso la suerte». Un buen ejemplo es cuando intentamos alargar alguna situación a cambio de «ser mejor persona», entre otras cosas.
Cuarta fase: Depresión
Es común en esta fase el desahogo a través del llanto. Nos entristecemos por la pérdida y la propia despedida nos permite cerrar una ventana para poder abrir otros espacios.
Quinta fase: Aceptación
En esta fase podemos sentir que nuestro tiempo se acaba y el temido final ya es una realidad. Puede ser cuando nos damos cuenta de que una relación de pareja no puede aportarnos algo diferente o que directamente no hay expectativas de cambio. Si consiguen reconciliarse con la idea de la «muerte» injusta o dejan sus asuntos resueltos es más sencillo que lleguen con paz a este momento tan duro.

A pesar de las fases descritas, suelen haber aspectos naturales pero no normalizados del duelo, como incredulidad para aceptar la realidad, una confusión generalizada que genera problemas de atención o una sensación de presencia, como si esa persona siguiera cerca. Muchas veces es difícil ordenar lo que pensamos, concentrarnos o fijar nuestra atención. Esto favorece la aparición de pensamientos intrusivos en forma de frases o imágenes que aparecen un en bucle como si no pudiéramos darle fin. Otro fenómeno son las alucinaciones visuales o auditivas, algo que puede llegar a ser frecuente en personas que se encuentran en un proceso de duelo.
Los puntos de inicio o fin no son una ciencia exacta. Cada persona tiene sus propios tiempos y experiencias. Sin embargo, existen ciertas pautas de gestión emocional que pueden ser de gran ayuda para acompañar esta transformación emocional que .
¿Cómo manejarlo?
La duración del duelo es variable, aunque es frecuente que los sentimientos más intensos pueden comenzar a disminuir después de 6 meses o dos años de la pérdida. Esto no significa que sea algo patológico, a no ser que no nos permita continuar con nuestra vida y readaptarnos poco a poco a la nueva situación. En ocasiones, podemos seguir experimentando sentimientos por la pérdida incluso después de este período, como un malestar y la continuidad del duelo.

Es recomendable que practiquemos la autocompasión y respetemos el tiempo que necesitemos. Siendo prudentes sobre las soluciones, normas o perspectivas que debemos adoptar si no estamos de acuerdo con ellas. Cada proceso es diferente y único.
No es adecuado tomar decisiones irreversibles o que impliquen grandes cambios en el estilo de vida o el lugar de residencia, ya que hay que tener en cuenta que la distancia casi nunca resuelve los sentimientos del duelo, sino que podría ser contraproducente.
Por otro lado, rodearnos de una buena compañía que pueda tolerar nuestros momentos de soledad, o bien compartirlos cuando necesitamos esa compañía. No debemos olvidar prestar especial atención en las fechas especiales que pueden ser momentos especialmente vulnerables.
Si queremos acompañar a alguien en su pérdida, más allá de que sean jóvenes, personas enfermas o mayores, la única diferencia es que adaptar el diálogo con cada persona. Es válido preguntar sus necesidades. Pues asumirlas erróneamente y, por ejemplo, evitar la conversación en un intento de protegerles del dolor puede acabar invalidando sus emociones sin darnos cuenta.
Ojo, esto no significa paralizar nuestra vida, sino encontrar un espacio para conmemorar lo que ya no estará y buscarle otro lugar dentro nuestro. Es probable que no sólo cambie nuestra vida a un nivel práctico, sino que también nos haga replantearnos todo nuestro sistema de creencias y valores personales. Estas despedidas no tienen que acabar con otras relaciones, pero sí pueden llegar a transformarlas, ya sea un trabajo o un estilo de vida.
En este sentido, después de una muerte importante podemos recuperarnos y llevar una vida totalmente satisfactoria, aunque probablemente no volvamos a ser igual que antes debido a la lucha para encontrar una nueva identidad que encaje con el nuevo rol social.
Dicen que parte de recuperarse de una pérdida está en reconocer los sentimientos que ésta despierta y no intentar evitarlos, sentir el dolor plenamente y saber que algún día pasará. Pero como una vez me dijo una de las personas que atendí, la teoría siempre es más fácil que la práctica.
Adaptarse a la ausencia, a lo que falta y será de otra forma depende del papel que ese aspecto o persona tenga en nuestra vida, pero también del lugar que sentimos que podemos ubicarlo.
Recolocar emocionalmente y continuar viviendo básicamente se trata de poder continuar la vida de un modo satisfactorio, sin que el dolor por la pérdida impida la vivencia plena de sentimientos positivos respecto a otras experiencias.
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María Gálvez
Psicóloga general sanitaria
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