La psicología del sexo
- Estrellita Taína García Jiménez
- 4 sept
- 8 Min. de lectura

¿Qué es la salud sexual?
Hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Sexual, instaurado en el año 2010. No es casualidad que su historia sea tan reciente, ya que abundan percepciones sesgadas de su definición y de lo que representa su conmemoración.
Necesitamos entender la salud sexual, no como un hecho aislado de cada persona, sino como una manifestación de la calidad de nuestra salud. Muchas veces limitamos el término a las enfermedades de transmisión sexual, infecciones o embarazos no deseados, pero la sexualidad tiene más variables que no deben reducirse al componente físico. También está relacionada con el nivel de comunicación que podemos llegar a establecer con nuestra propia persona y con otras.
Por consecuencia, la salud sexual abarca la manera en la que vivimos el sexo según nuestro punto de vista, las fluctuaciones emocionales que nos acompañan en el día a día, las creencias sobre nuestra sexualidad y la comparación con otras personas, hasta la realidad de nuestras propias experiencias.
Experiencia emocional y psicológica
Las relaciones sexuales tienen un componente sensorial sobre el cual nuestras emociones pueden marcar una gran diferencia. En la alta cocina, por ejemplo, hace ya años se demostró que la anulación de un sentido, tal como la vista, ayuda a intensificar y percibir de forma diferente, tanto el momento de la comida, como sus ingredientes, llegando incluso a acentuar el placer sensorial de la experiencia.
A pesar de que se dispone de mucha información, siendo constante el bombardeo de estímulos sexuales a través de la publicidad y medios de comunicación, en términos generales, no se nos enseña a vivir saludablemente la sexualidad, menos aún de manera íntegra en nuestra vida afectiva.

Ciertos programas institucionales de educación han intentado impartir conocimientos menos superficiales. Sin embargo, estos métodos son insuficientes a tal punto que la pornografía se mantiene como uno de los mayores puntos de referencia para gran parte de la población.
Esta realidad genera numerosos malentendidos en torno a lo que «puede» o «debería» gustar, como si el sexo fuera un mero producto estético. Lo cierto es que el espectro de las preferencias sexuales es bastante amplio. Todas las preferencias son aceptables siempre que no invaliden el consentimiento, autonomía, conocimiento o integridad emocional y física propias o de otras personas.
La expresión de nuestra sexualidad está definida por múltiples factores: nuestra autoestima, el apego que desarrollamos, las experiencias de placer o dolor que hayamos vivido antes, el nivel de confianza que sentimos con la otra persona, incluso el estado anímico que tengamos ese día.
Vivirla de manera saludable empieza por comprendernos, identificar y reconocer lo que nos funciona, qué practicas no son agradables por experiencia o debido a percepciones. La exploración debe ser autónoma, genuina y flexible, no una regla social que debemos cumplir para llegar a lo que entendemos que se espera de nuestra persona.
El deseo no nace en los genitales, sino en «la cabeza». Es ahí donde se activa, se reprime, se sabotea o se potencia. Cuando hay una experiencia negativa como rechazo, juicio, presión o violencia, no solo deja huella en el cuerpo, sino también en la mente. No es raro que cuando sentimos una profunda tristeza o atravesamos un estado depresivo, una de las principales apetencias que desaparecen es la sexual.
Con el paso del tiempo, esta herida puede convertirse en silencio, evitación o rechazo producidos a través de la disociación: «No quiero hablar de ello», «prefiero no pensar en eso», «me desconecto mientras sucede». Esta desconexión pueden tener su origen en:
Una historia de abuso que puede llevar a bloqueos o disociaciones ante el contacto físico.
Mensajes religiosos o moralistas muy restrictivos y aprendidos a temprana edad que presentan el sexo como algo sucio o generador de culpa.
Una baja autoestima que lleva a evitar la intimidad por miedo a «no estar a la altura».
Falta de comunicación abierta sobre el sexo en la familia o entorno cercano, por lo que una persona no puede, no quiere o no sabe pedir aquello que le gusta y poner límites a lo que no.

El ingrediente principal para que el sexo sea un espacio de encuentro y conexión, en el cual sentir seguridad, reconocimiento, deseo, apreciación, pero sobre todo libertad de ser, es la comunicación. No se alcanza mediante una técnica perfecta, empieza con ensayo y error en una relación de confianza. Dicha relación no debe ser necesariamente de pareja romántica, pero sí precisa un vínculo emocional sólido, comunicación sincera y otorgar el permiso de «ser» de manera genuina.
Cuando existe una base construida sobre la confianza, podemos relajarnos, entregarnos, disfrutar, pedir, cambiar de idea sin miedo al rechazo (más allá de que la propuesta guste más o menos). En cambio, cuando hay miedo, juicio o presión, el cuerpo se cierra, el deseo se apaga y la experiencia se vuelve incómoda, aunque «todo haya ido bien».
El sexo no siempre tiene que ser explosivo ni perfecto. A veces será torpe, puede haber nervios y salir diferente de lo planeado. Eso también está bien. No somos máquinas sexuales, por lo que tenemos que aprender a conocer y construir relaciones en las que nos sentimos a gusto, poniendo nuestros propios límites.
Una práctica sexual sana y responsable

Hablar de sexualidad responsable requiere una conversación compleja y matizada sobre los cuidados que merecemos, tanto los propios como los compartidos, al vivir nuestra intimidad. Implica abrir el cajón, muchas veces cerrado con llave de: cómo me cuido, cómo cuido a otras personas, cómo me siento y si estoy tomando decisiones honestas en relación con mi sexualidad.
Una práctica sexual sana debería incluir, entre otros aspectos:
Consentimiento claro. Consentir no es solo no decir que no. Es decir que sí con seguridad, sin presión ni manipulación externa. El consentimiento puede retirarse en cualquier momento, y debe estar presente antes, durante y después. Es importante recordar que el «sí» debe ser claro y que, si no sabemos exactamente a qué estamos accediendo o no somos capaces de comprenderlo, no estamos consintiendo realmente.
Comunicación antes, durante y después. ¿Qué me gusta? ¿Qué no me gusta? ¿Qué me genera seguridad o inseguridad? ¿Cómo me siento tras la experiencia? Estas preguntas, a veces incómodas, son la base de un vínculo sexual respetuoso.
No todas las personas compartimos el mismo lenguaje erótico. Lo que a una le gusta, puede incomodar a otra. Hablar antes de un encuentro, expresar límites, compartir fantasías o miedos, averiguar qué le gusta o disgusta a la otra persona, incluso validar emociones, son los hábitos que hacen que la experiencia no sea solo física, sino emocionalmente respetuosa.
Hay que tomar en cuenta que es completamente normal que una relación cambie o finalice a lo largo de la exploración, aunque esto vaya en contra de un acuerdo o propuesta iniciales. Lo que nunca tiene sentido es continuar haciendo algo que no te hace sentir bien.
Cuidado físico. Usar métodos de protección más allá de los preservativos, como valoraciones médicas periódicas, conocimiento de nuestro cuerpo, prevención de infecciones de transmisión sexual, toma de decisiones informadas sobre anticoncepción, etc. Todo forma parte del autocuidado que merece nuestra salud y la de la otra persona.
Cuidado emocional. Si después de una relación sexual sentimos fuertes sentimientos negativos, confusión o vacío, algo no está funcionando. No todo el mundo desea con la misma frecuencia o se excita de la misma manera. Escuchar los ritmos de cada persona, adaptar expectativas, aceptar el «no tengo ganas hoy» o el «necesito ir más despacio» es parte de un encuentro sexual sano. La presión, incluso la más sutil, puede destruir la confianza del encuentro sexual.
Diversidad y no juicio. Lo que es sano para una persona puede no serlo para otra. No se trata de seguir un guion, sino de descubrir qué prácticas y vínculos nos resultan coherentes sin juzgar a quienes eligen vivirlo de otra manera, siempre que exista respeto y consentimiento. Algunas personas viven el sexo como una obligación, como una forma de validarse o de retener o recibir afecto. Revisar estas creencias es un paso esencial para construir una práctica sexual realmente libre. Pregúntate: ¿estoy haciendo esto porque quiero o porque creo que «debo»?
Heredadas y aprendidas: la culpa y la vergüenza
Una gran parte de nuestra educación sexual ha estado basada en el miedo, la necesidad de ocultar o controlar en lugar de vivir con naturalidad y libertad. La culpa y la vergüenza son mecanismos de control emocional muy potentes, y siguen presentes incluso en personas que pueden considerarse abiertas o liberadas. La culpa aparece cuando sentimos que hemos hecho algo mal. En cambio, la vergüenza surge cuando sentimos que hay algo malo en la persona que somos.
La culpa cobra todavía más fuerza en tu vida si creciste con la idea de que el sexo era «sucio», o «algo de lo que no se debe hablar». Algunos mensajes contradictorios y difusos como «tienes que protegerte, pero no preguntes demasiado» o «tienes derecho al placer, pero no te pases», tampoco aportan a la vivencia del sexo saludable.

Dicha culpa nos conecta con una sensación de deuda, de haber transgredido una norma o decepcionado a alguien. Muchas personas sienten culpa por desear, por masturbarse, por ser infieles (aunque emocionalmente ya estén fuera de esa relación), por no desear como antes, o por no querer tener sexo.
Por su parte, la vergüenza nos hace sentir que somos nuestros defectos. Al igual que ocurre con la culpa, nombrar la emoción es un paso importante para que pierda fuerza. Compartir lo que nos avergüenza con alguien que no nos juzga puede quitarnos un peso importante de encima. No es «hice algo mal», sino ser esta inadecuación.
Una manera sencilla de reconocer que la vergüenza se está entrometiendo en nuestra vida sexual, es cuando aparecen frases como «No debería haber disfrutado tanto», «Mi cuerpo no es lo suficientemente atractivo», «Seguro pensará que soy demasiado», o «Si se entera de mis fantasías, me dejará», entre otras.
Tanto la culpa como la vergüenza se aprenden en la infancia y se refuerzan en la adolescencia, sobre todo si crecemos a la par de personas adultas que aportan a esta represión o experiencia de la sexualidad con inseguridad y juicio.
Hay algunas sitauciones frecuentes entre pacientes en mi consulta:
Sentirse culpable después de masturbarse.
Sentir que si expresan mucho deseo «parecen fáciles».
Avergonzarse de no tener erecciones cuando «deberían».
Sentir culpa por la orientación o identidad sexual.
Sentirse sucias, vacías o defectuosas después de una vivencia sexual traumática.
El trabajo terapéutico con estas emociones requiere tiempo, paciencia y autocompasión. No se trata de «liberarse» de la culpa de golpe, sino de comprender de dónde viene, para qué ha servido, de quién lo hemos aprendido en el camino y qué lugar queremos darle ahora.
Ambas emociones son legítimas, pero no siempre están bien fundamentadas. A menudo son reflejos de una moral heredada que no se ajusta a nuestra verdad actual. Por eso, el camino no es «quitarse» la culpa y la vergüenza de encima como si fueran manchas, sino comprender de dónde vienen y elegir si queremos seguir cargando con su peso.
Inseguridad sexual: expectativa VS realidad
La salud sexual es un derecho, pero también es una responsabilidad. Y no hablo de una carga, sino de una oportunidad para construir una sexualidad propia donde el cuerpo no sea una cárcel y el placer no esté vinculado a la culpa.

Algunas de las frases que escucho con más frecuencia durante sesiones están relacionadas con: dudar sobre si le gustas lo suficiente a la otra persona, si tendrás o no una erección o una tardanza en llegar al orgasmo, si eres deseable a pesar de tu peso o si darás la talla en cuanto a rendimiento.
Estas inseguridades son bastante comunes, a pesar de que las guardamos en el cajón de pensamientos que evitamos compartir con otras personas. Por esa misma razón es tan importante comprender que la inseguridad en el sexo se resuelve estableciendo límites, eligiendo compañeros sexuales responsables y abordando con claridad aquellos aspectos que nos producen incomodidad.
Nuestro equipo de profesionales en Proyecto Kintsugi cuenta con la preparación necesaria para explorar contigo en qué consiste una sexualidad saludable para ti, aprender a comunicarte, a escuchar tu propio cuerpo y el de la otra persona a través del consentimiento.
María Gálvez
Psicóloga general sanitaria
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