El término «histeria» se ha utilizado durante siglos para describir un conjunto de síntomas que afectaban principalmente a mujeres. La palabra viene del griego «hystera», que significa «útero», reflejando la antigua creencia de que los problemas de salud mental en las mujeres estaban directamente relacionados con su útero o funciones reproductivas.

Histeria en la historia
En el pasado, si una mujer mostraba emociones intensas, cambios de humor, ansiedad o comportamientos que parecían inusuales, a menudo era diagnosticada con «histeria». Se tenía la creencia, que aún perdura hoy en día aunque en menor medida, de que las mujeres eran más «emocionales» o «inestables» por naturaleza, ya que sus cuerpos (especialmente su sistema reproductivo) las hacían más propensas a estos «trastornos».
Este diagnóstico se usó para describir una gran variedad de síntomas, desde dolores físicos hasta depresión o ansiedad. Lo peor de todo es que muchas veces estas mujeres no recibían la atención profesional que realmente necesitaban. En lugar de ser tratadas con comprensión o apoyo psicológico, a menudo se les sometía a tratamientos que hoy nos pueden parecer muy extraños e incluso crueles.

Dichos tratamientos podían incluir desde reposo forzado hasta procedimientos médicos invasivos. Un ejemplo famoso es el «reposo absoluto», durante el cual se les obligaba a permanecer en cama durante semanas o meses, sin poder hacer nada, lo que solo empeoraba su salud mental. Otro «tratamiento» eran las «histerectomías» (extirpación del útero), ya que se pensaba que, al eliminar el útero, se curaría la histeria. No solo incorrecto, sino también extremadamente perjudicial.
Gracias a los avances de la ciencia, hoy sabemos que las emociones y los problemas mentales no están relacionados con el útero ni con el hecho o condición de ser mujer. Las mujeres, al igual que los hombres, pueden experimentar ansiedad, depresión, y otros problemas de salud mental por una variedad de razones que no tienen nada que ver con su biología femenina.
El diagnóstico de «histeria» fue eliminado al llegar al entendimiento clave de que cualquier persona, independientemente de su aparato reproductivo o género, puede necesitar apoyo emocional y psicológico e incluso, en ciertos casos, tratamiento médico para gestionar o superar problemas de salud mental.
Diagnóstico y discriminación
A pesar del avance de la cienca, el concepto de «histeria» dejó una marca duradera. Durante mucho tiempo, se utilizó para invalidar las emociones y experiencias de las mujeres, haciéndolas sentir que sus problemas no eran reales o que estaban «exagerando». Esta idea contribuyó a estigmatizar la salud mental de las mujeres y a perpetuar la idea de que son «demasiado emocionales» o «difíciles de entender».
La conversación actual sobre la salud mental ha cambiado mucho. Se reconoce que cualquier persona puede enfrentar desafíos emocionales y mentales sin importar su género. Es vital hablar sobre nuestras emociones y buscar ayuda cuando la necesitamos, sin miedo al juicio. La historia detrás de la histeria nos recuerda lo importante que es tratar a todas las personas con respeto y comprender que la salud mental es una parte fundamental de nuestro bienestar.
En el pasado, la ciencia se utilizó incorrectamente para justificar la falsa idea de que las mujeres eran inferiores a los hombres. Las prácticas utilizadas para su demonstración no representa el proceso científico como lo conocemos hoy en día, sino más bien una mezcla de prejuicios sociales disfrazados de teorías científicas. Se alegaba que las mujeres eran «naturalmente» más débiles, menos inteligentes o menos capaces de tomar decisiones importantes, basándose únicamente en sus diferencias corporales.

Estas ideas estaban sostenidas en observaciones superficiales en lugar de investigaciones reales. Tal fue el caso de la frenología, una teoría pseudocientífica del siglo XIX que medía las capacidades intelectuales de individuos según la forma de sus cráneos. A pesar de que hoy en día sabemos que carece de base científica, en su momento estos hallazgos se utilizaron para «demostrar» que las mujeres eran menos inteligentes que los hombres.
La ciencia se ha utilizado como herramienta para controlar el cuerpo de las mujeres. Un ejemplo significativo fue el tratamiento de problemas de salud relacionados con el cuerpo femenino, donde se enfocaban en «curar» supuestas enfermedades basadas en la feminidad mediante la extirpación del útero —una práctica fundamentada en ideas falsas sobre la salud de la mujer.
Históricamente, las mujeres han sido excluidas de la toma de decisiones sobre su propia salud reproductiva. En muchos lugares aún hoy en día, las decisiones sobre anticoncepción, parto y aborto quedan principalmente en manos de hombres, mientras las voces de las mujeres son ignoradas sistemáticamente.
De igual manera, la ciencia también se empleó como arma para controlar el papel de las mujeres en la sociedad. Se difundieron teorías pseudocientíficas que reforzaban los roles de género tradicionales, argumentando que las mujeres estaban «mejor equipadas» para las tareas domésticas y el cuidado de los niños y niñas, mientras que los hombres eran supuestamente más aptos para el trabajo y la vida pública.
Como consecuencia, se negó a las mujeres el acceso a la educación científica y profesional, alegando que carecían de capacidad intelectual para comprender estos temas. Esta exclusión no solo limitó sus oportunidades, sino que las mantuvo en dependencia económica, lo que derivó en situaciones de desigualdad, precariedad y diversos tipos de abuso.
Afortunadamente se han producido considetables avances en este campo, pero las mujeres siguen estando subrepresentadas en campos científicos y tecnológicos. Hoy por hoy, enfrentan prejuicios y barreras adicionales para avanzar en sus carreras debido a un legado histórico de la exclusión de las mujeres de estos sectores.

El debate sobre el derecho de las mujeres a tomar decisiones sobre su propio cuerpo, especialmente en lo que respecta a la salud reproductiva, sigue siendo un tema controvertido en muchas partes del mundo. Inclusive en países que se consideran desarrollados. Las leyes y políticas sobre el aborto, la anticoncepción y los derechos reproductivos a menudo reflejan viejas ideas sobre el control del cuerpo femenino.
Los estereotipos sobre lo que las mujeres «deberían» hacer o sus supuestas capacidades naturales continúan presentes en nuestra sociedad. A pesar de que hoy sabemos que carecen de base científica, siguen influyendo en el trato que reciben las mujeres.
La ciencia se ha convertido en una poderosa aliada para cuestionar y desarmar estos prejuicios antiguos. Los avances en nuestra comprensión nos han permitido usar el conocimiento científico como herramienta para promover el empoderamiento y la equidad. Si bien el impacto de estas ideas anticuadas persiste, avanzamos hacia un futuro donde la ciencia no solo respalda la igualdad y el respeto para todas las personas sin distinción de género, sino que también lo lleva a la práctica.
Ciencia vs. Prejuicios
Un paso clave en la desaparición de este concepto fue su eliminación del manual de trastornos mentales DSM en 1980. Esto se debe a que la histeria no es una categoría diagnóstica válida, ya que los síntomas anteriormente atribuidos a la histeria se comprenden mejor actualmente como parte de otros trastornos, como los de ansiedad, somatomorfos, disociativos y otras condiciones específicas que afectan tanto a hombres como a mujeres.
De hecho, numerosas investigaciones han demostrado que estos trastornos afectan por igual a hombres y mujeres. Aunque sus manifestaciones pueden variar según el género, no existe evidencia científica que indique que las mujeres sean inherentemente más propensas a sufrir trastornos «histéricos». Estos supuestos tampoco tomaban en cuenta la herencia genética o el factor social y su impacto en la salud mental.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tanto hombres como mujeres sufren de trastornos mentales, si bien pueden exhibir patrones ligeramente diferentes. Las mujeres pueden ser más propensas a exteriorizar la ansiedad y la depresión. No obstante, los hombres presentan tasas más altas de abuso de sustancias y suicidio.
Los estereotipos de género han influido históricamente en la percepción y diagnóstico de enfermedades mentales. Las mujeres han sido más propensas a ser diagnosticadas con «histeria» debido a estos sesgos. Actualmente, no existe ninguna categoría en los sistemas de diagnóstico modernos que agrupe síntomas bajo un concepto de «histeria femenina».
Estudios recientes han demostrado que este diagnóstico se utilizó a menudo para patologizar las emociones y comportamientos de las mujeres que no encajaban con las expectativas sociales, en lugar de basarse en fundamentos científicos.
En este sentido, la cultura y la medicina han estado estrechamente ligadas, y en muchas sociedades patriarcales, la medicalización de las emociones femeninas ha sido una forma de controlar el comportamiento de las mujeres. Este fenómeno se ha documentado en diversas culturas y épocas.
La creciente conciencia sobre los estereotipos de género y la lucha por la igualdad ha llevado a un rechazo de estos conceptos anticuados. La medicina moderna busca entender las enfermedades mentales sin prejuicios de género, considerando tanto las influencias biológicas como las psicosociales.
Algunos estudios han revisado casos históricos de diagnósticos de histeria y han encontrado que muchas de las mujeres en la actualidad podrían cambiar su etiqueta diagnóstica por condiciones como la epilepsia, trastornos de ansiedad, trastorno de estrés postraumático, o depresión, todas condiciones ahora mejor comprendidas y no vistas como «femeninas».
La brecha de género en la salud mental
Los estudios recientes muestran que las mujeres enfrentan una carga significativa en cuanto a salud mental, influenciada por diferentes factores biológicos, sociales y culturales. Si bien las mujeres pueden presentar una mayor prevalencia en ciertos trastornos mentales como ansiedad y depresión, también poseen mayor disposición a buscar ayuda y recibir tratamiento, según indica la frecuencia de uso de servicios de salud mental.
De hecho, en países de altos ingresos, se estima que más de la mitad de quienes acuden a servicios de salud mental son mujeres, lo que refleja tanto una mayor prevalencia de trastornos como una mayor disposición a buscar apoyo profesional. La interacción del género con otros factores de riesgo como la violencia, la desigualdad y las responsabilidades de cuidado continúa siendo un aspecto crítico en la sociedad actual. Esta intersección requiere atención urgente para mejorar la salud mental, no solo de las mujeres, sino de todas las personas.

Debido a estas apreciaciones, se estima que los hombres han históricamente sido infradiagnosticados, lo que les ha negado el acceso a la ayuda necesaria. Actualmente, el cambio más significativo se está produciendo en los trastornos alimentarios. Aunque en el pasado han afectado predominantemente a las mujeres, ahora se observa un aumento de casos entre otras identidades de género.
Este sesgo diagnóstico basado en el género también afecta a las mujeres, que son infradiagnosticadas en condiciones cuyos síntomas no se ajustan a los estereotipos de género, como el autismo o el trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
Las mujeres que han experimentado violencia doméstica o abuso sexual tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar trastornos de salud mental, incluyendo el trastorno de estrés postraumático. Más de un tercio de las mujeres en todo el mundo han sufrido violencia física o sexual en algún momento de sus vidas, lo que aumenta la prevalencia de enfermedades mentales en esta población.
La desigualdad de género, la discriminación y la doble carga de trabajo (laboral y doméstica) son factores de riesgo importantes para la salud mental femenina. Estas desigualdades aumentan el estrés y limitan el acceso a recursos de apoyo.

Otro factor a tener en cuenta es el impacto que tuvo la pandemia de COVID-19 en la salud mental a nivel mundial, especialmente en las mujeres. El aumento de las responsabilidades de cuidado, la exposición a la violencia doméstica y la precariedad laboral elevaron significativamente sus niveles de estrés y ansiedad, según diversos estudios.
En regiones como América Latina, las mujeres enfrentan factores socioeconómicos y culturales específicos que aumentan su vulnerabilidad a problemas de salud mental. La prevalencia de depresión es notablemente más alta en mujeres, alcanzando tasas cercanas al 10%. Las mujeres pertenecientes a minorías étnicas, de bajos ingresos o de la comunidad LGBTQ+ enfrentan un riesgo aún mayor debido a la discriminación y marginación adicional.
Los estudios revelan que estas mujeres tienen menor acceso a servicios de salud mental y suelen experimentar peores resultados. La salud mental perinatal es particularmente crítica, pues afecta no solo a la madre, sino también a sus hijos o hijas, el resto de su familia y el futuro de la sociedad.
En Proyecto Kintsugi trabajamos para reducir las brechas de género en salud mental. Contamos con un equipo profesional especializado para acompañarte en tu proceso personal, entendiendo las particularidades y desafíos específicos que puedas enfrentar.
María Gálvez
Psicóloga general sanitaria