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Cultura de cancelación

  • Foto del escritor: Estrellita Taína García Jiménez
    Estrellita Taína García Jiménez
  • 22 ago.
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 9 sept.

Vivimos inmersos en un mar de oportunidades y censura a la misma vez. Tenemos más acceso a la información que nunca antes en la historia de la humanidad y somos capaces de formarnos, cuestionar y denunciar. 

Sin embargo, estamos dentro de una cultura que, en su intento por corregir errores, a menudo cae en la trampa del castigo público, de la exclusión sin redención. Esta es la base de lo que hoy conocemos como «cultura de la cancelación».

Por supuesto, esto no es nada nuevo. Siempre han existido formas sociales de marcar, señalar o apartar a quien rompe las normas del grupo. La diferencia es la forma en que hoy se ejerce especialmente en el entorno digital, con consecuencias bastante características. No solo por cómo afecta a las personas que son canceladas, sino también por lo que dice de nuestra sociedad: ¿estamos creando espacios para sanar o simplemente reproduciendo una lógica punitiva? ¿Queremos justicia o simplemente venganza?



¿Qué es?

La cultura de la cancelación es un fenómeno social en el que una persona (o entidad) es públicamente rechazada, boicoteada o deslegitimada a causa de una conducta, un discurso o una postura considerada ofensiva, dañina o moralmente inaceptable.

En el entorno digital actual en el que todo queda regsitrado, puede ocurrir por algo que alguien dijo ayer o hace veinte años. Y no siempre hay espacio para el matiz, el contexto o la restauración del daño hecho.

La cancelación puede tener efectos positivos cuando saca a la luz abusos sistemáticos o patrones de violencia que han sido silenciados durante décadas. Pero es un arma de doble filo. El problema no está en señalar lo que está mal, sino en cómo lo hacemos y qué consecuencias tiene eso para la persona implicada y para la cultura colectiva que estamos construyendo.


Cancelación en la cultura popular

En los últimos años, muchas figuras públicas han sido canceladas por comportamientos problemáticos: desde influencers hasta figuras de responsabilidad en el mundo de las artes y las ciencias, o los propios políticos.

Las redes sociales funcionan como una lupa que amplifica tanto los errores como las reacciones. Lo que antes podía resolverse en círculos privados, hoy se convierte en espectáculo público. El problema es que la cultura popular, al tener tanto impacto en nuestras referencias sociales, ha terminado por transformar el castigo en entretenimiento

«¿Ya viste a quién cancelaron esta semana?», «¿Viste el hilo con todas las cosas que hizo mal?» Se convierte en un juego de sumar pruebas, encontrar contradicciones y asegurarse de que esa persona nunca más tenga una plataforma para hablar.

Esto nos plantea una pregunta incómoda: ¿cancelar a alguien es realmente transformar la cultura? ¿O solo estamos desplazando la incomodidad, proyectando fuera lo que no nos atrevemos a revisar dentro?


El discurso público y los valores compartidos

Parte del atractivo de la cultura de la cancelación es que nos da una falsa sensación de control. En un mundo injusto, complejo, atravesado por desigualdades estructurales el señalar públicamente a alguien y decir lo que hace mal puede sentirse como una forma de justicia. Especialmente cuando las instituciones fallan o se mantienen en silencio.

No obstante, cuando convertimos el castigo en el centro del discurso público, estamos enviando un mensaje: el error no tiene cabida, la equivocación no se perdona y el aprendizaje es insuficiente. Se instala una especie de vigilancia moral constante, donde el miedo a decir lo incorrecto puede llevar a la autocensura, al silencio o al disfraz del discurso para no evitar ataques y justificando en exceso los argumentos elegidos.

Es en este punto en el cual la cultura de cancelación deja de ser una herramienta de justicia social y se convierte en un mecanismo de exclusión. Porque en lugar de generar conversaciones incómodas pero necesarias, lo que se genera es miedo: a pensar en voz alta, a cambiar de parecer, a revisar nuestras propias opiniones de hace años.


Peligros y consecuencias

Crea parias sociales

Uno de los efectos más visibles de la cancelación es la creación de «parias modernos»: personas que, tras haber cometido un error, sea real, grave o no tanto, son expulsadas simbólicamente del espacio público. Pierden trabajos, relaciones, proyectos, apoyo emocional y lo más preocupante: pierden el derecho a ser escuchados de nuevo.

Esto no solo perpetúa la exclusión, sino que además reproduce una lógica profundamente deshumanizante. Como si el error definiera por completo a una persona. Como si no tuviéramos derecho a cambiar, a pedir perdón, a mejorar.

Enseña odio, culpa y vergüenza

Cuando el castigo es público y desproporcionado lo que se aprende no es empatía, sino miedo. No se fomenta la responsabilidad afectiva, sino el odio, la culpa y la vergüenza. Estas emociones, aunque pueden ser motores de cambio si se trabajan desde el autocuidado y la compasión, también pueden ser paralizantes.

La vergüenza es esa emoción que nos hace sentir que somos el error, no que cometimos uno. Esto puede llevarnos al aislamiento, a la desconexión y al silencio. Es un espacio desde el cual es muy difícil aprender o restaurar el daño de nuestras meteduras de pata.

Impide el aprendizaje y el crecimiento

¿Y si el problema no es tanto que alguien se haya equivocado, sino que no tenga un espacio seguro para reconocerlo, reflexionarlo y cambiar? Cancelar sin ofrecer alternativas de reintegración no transforma a las personas: las congela en la versión que más odiamos de ellas. Para que haya cambio real tiene que haber lugar para el error, la conversación y la incomodidad. Nadie puede aprender si solo recibe penitencia, rechazo y humillación.

No ofrece opciones más allá de repetir los mismos patrones

La paradoja de cancelar a alguien es que, muchas veces, se le deja sin herramientas para actuar de forma diferente. ¿Qué puede hacer una persona para reparar el daño si no le damos opciones reales de reparación? ¿Cómo puede reconstruir vínculos si no hay una puerta para el reencuentro?

En lugar de romper los patrones dañinos, la cultura de la cancelación puede empujar a las personas a buscar validación en espacios igual de tóxicos o más extremos. Porque si el único lugar donde no te juzgan es un entorno violento o radical, ahí terminarás. No porque estés convencido, sino porque ya nadie más te escucha.


Alternativas constructivas

Si nos preguntamos qué podemos hacer en lugar de cancelar o cómo sostenemos la incomodidad sin caer en la lógica del castigo tenemos que ir más allá y pensar en alterar el orden de los pasos. Primero escuchamos y reflexionamos, luego decidimos. 

Concientización y sensibilización

La base de cualquier transformación profunda es la conciencia. Esto implica hacernos preguntas, revisar nuestros privilegios, entender las raíces del problema. No se trata de justificar los errores, sino de comprenderlos dentro de su contexto. Dejar de ver el mundo únicamente con nuestros propios sesgos.

Sensibilizar no es suavizar. Es abrir espacios donde podamos hablar con honestidad, escuchar con curiosidad y reconocer que todas somos parte de una cultura que necesita cambios. Nadie nace sabiendo, y todas las personas hemos dicho o hecho cosas que hoy no repetiríamos.

Apoyo

En lugar de rechazar a quien se equivoca, podemos preguntarnos: ¿qué necesita esta persona para entender el daño que ha causado? ¿Cómo podemos acompañarla en su proceso de transformación sin hacerle sentir que es irrecuperable?

El apoyo no es impunidad. Es responsabilidad compartida. Es acompañar sin encubrir. Es decir «esto estuvo mal, pero no te dejo a solas con eso». Y, sobre todo, es sostener los límites sin romper los vínculos.

Educación

Estos pasos no pueden desembocar en un cambio profundo sin el papel de la educación en la responsabilidad, la empatía y la reparación. Necesitamos herramientas para tener conversaciones difíciles, para lidiar con el conflicto sin que se convierta en disputas sin ningún objetivo claro. Educar es enseñar que podemos equivocarnos y también reparar, que el aprendizaje lleva tiempo, que el cambio duele y que vale la pena atravesarlo. 

Cerrar para abrir

Hablar de cultura de la cancelación no es minimizar el daño que ciertas conductas pueden causar. Tampoco es justificar abusos ni silenciar a quienes denuncian. Es, más bien, preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir: una donde se castigue a quien falla o una donde se enseñe a hacerlo mejor. 

Si no dejamos espacio para el error, tampoco dejamos espacio para el cambio. Y si de verdad queremos transformar la cultura, necesitamos más que gritos y juicios rápidos. Necesitamos tiempo, compasión, escucha, y una profunda confianza en que las personas, con apoyo, educación y límites claros, pueden cambiar.

A veces, en lugar de cancelar, lo más valiente es quedarse. Sostener la incomodidad. Abrir la conversación. Y recordar que cada error también puede ser una puerta, si nos atrevemos a cruzarla.

A veces leer algo que nos toca por dentro nos hace darnos cuenta de que llevamos tiempo sosteniendo cosas en silencio. Si te identificas o simplemente sientes que te vendría bien hablar con alguien, rcuerda que nuestro equipo de Proyecto Kintsugi está para acompañarte, sin juicios y con todas las herramientas que necesitas para empezar a sentirte mejor. 

María Gálvez

Psicóloga general sanitaria




 
 
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